
Viajar parece, muchas veces, una huida romántica. Una promesa de libertad, descubrimiento y paisajes que curan. Pero nadie te habla de lo que pasa cuando llevas tus propias sombras en la mochila. De lo que ocurre cuando, lejos de lo conocido, lo que realmente se activa no es la aventura, sino la herida.
Hay días en los que el entorno es precioso, pero por dentro todo duele. Días en los que nada externo basta para calmar el ruido interno. Esos son los momentos en los que la ruta no te distrae, sino que te enfrenta. Te devuelve la mirada hacia ti misma y te muestra lo que aún no estaba resuelto.
Recuerdo un día en concreto. Llevábamos semanas en ruta con mi pareja, compartiendo pocos metros cuadrados, decisiones constantes, emociones cruzadas, y una falta de silencio propio que empezaba a pesar. Las pequeñas discusiones se volvían grandes. Y en medio de un lugar que supuestamente ‘tenía todo’, yo me sentía desconectada, con él, pero sobre todo conmigo.
Ahí entendí algo que me costó aceptar: no era el viaje lo que me confrontaba, era yo, en mi modo supervivencia, repitiendo patrones, resistiendo el vacío, evitando escucharme de verdad. La vida nómada, cuando es elegida desde el alma, no es una evasión, es un espejo. Y ese espejo no siempre es amable. Pero sí es honesto.
En pareja, todo se amplifica. Lo que no se habla, se acumula. Lo que se posterga, explota. Y lo que se comparte desde la vulnerabilidad, se transforma. Aprendí a pedir espacio sin que eso significara alejamiento emocional. A decir: ‘necesito estar conmigo un rato’, sin culpa. Y también a escuchar, sin resolver, sin absorber, solo estar. Porque muchas veces el vínculo más sano no es el que siempre está bien, sino el que sabe sostenerse en medio de la incomodidad.
Si estás viviendo algo parecido, si el viaje te está removiendo más de lo que te está mostrando, respira. Es parte del proceso. Es un tramo del camino. Y también pasa. A veces se sana andando, otras, parando. Y casi siempre, escuchándote sin juicio.
La ruta te enfrenta, sí. Pero también te revela. Y si eliges mirar, ahí empieza la verdadera transformación.
– Nathaly, desde la van
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